Por qué los niños son más vulnerables a los tóxicos
Sus órganos, aún inmaduros, son más frágiles
No las vemos, pero a nuestro alrededor flotan millones de partículas tóxicas, peligrosas sobre todo para la salud de los recién nacidos y los bebés. Las sustancias contaminantes que se encuentran en el aire que respiramos, en la superficie de los objetos que tocamos o en el agua que bebemos repercuten en la salud de los niños más que en la de los adultos. Además, muchos tóxicos se encuentran "a su altura": tubos de escape, plomo (en pinturas de muebles), suelo...
Los niños: su organismo es diferente
Cuando hablamos de la salud de los niños, hay que desterrar la idea de que su organismo es como el de un adulto en pequeño. Ante un tóxico ambiental, su cuerpo en pleno desarrollo y crecimiento no reacciona de la misma manera que el de una persona que ha alcanzado la madurez. Los recién nacidos y los bebés son mucho más vulnerables a la acción de los contaminantes, por diversos motivos:
Inmadurez de sus órganos
Cuando nace un bebé, sus órganos no han terminado su desarrollo. No es que tengan que “crecer” hasta alcanzar un tamaño adulto. Su inmadurez va más allá: muchas de sus funciones aún no han terminado de desarrollarse. Quizás el caso más evidente es el cerebro. A lo largo de toda la infancia crea nuevas neuronas, comunicaciones entre ellas… Pero lo mismo podríamos decir de otros sistemas: la visión de un recién nacido es limitada o el sistema inmunitario es deficitario. Y uno de los sistemas que aún no ha finalizado su desarrollo es el encargado de “limpiar” o desintoxicar el organismo si entra en contacto con una sustancia tóxica. El resultado es que la sustancia tóxica se queda más tiempo en el cuerpo del bebé, dañándole.
Mayor consumo energético y metabólico
- Los niños doblan su estatura al nacer cuando todavía no han cumplido los cuatro años. Y duplican su peso al nacer antes de cumplir los seis meses.
- El crecimiento y desarrollo de los niños exige que su organismo reciba un mayor aporte de oxígeno y nutrientes por kilogramo de peso que un adulto. Y junto con ese oxígeno y nutrientes, siempre se “cuelan” sustancias tóxicas medioambientales. Y a esta realidad se suma otra que también va en contra de los más pequeños y que ya hemos comentado antes: su organismo aún no está preparado para neutralizar, y eliminar las sustancias tóxicas y los contaminantes externos. Por eso, sus efectos nocivos van a ser más duraderos y potentes.
- Además, las células de los niños se dividen rápidamente, mucho más que en un adulto. Estos ciclos celulares más cortos provoca que se absorban más tóxicos y al mismo tiempo que dispongan de menos tiempo y capacidad de reparación en caso de que se produzcan mutaciones o alteraciones en esas divisiones.
Esos contaminantes absorbidos por las jóvenes células pueden afectar, por su parte, al proceso de su multiplicación y, por tanto, al desarrollo óptimo del niño. Así se explican estas situaciones:
- Cuando los mecanismos que controlan esa división celular no funcionan correctamente, se pueden originar procesos cancerígenos.
- Las células que tienen el ADN dañado, se mandan un mensaje a sí mismas para que se “suiciden”. Pero cuando por culpa de un tóxico medioambiental este proceso se ve alterado, la célula no muere y ese ADN dañado permanece y se trasmitirá.
Niños, inconscientes del peligro
Los niños son curiosos, espontáneos y confiados. Esta actitud natural de la infancia provoca que los más pequeños estén muy desprotegidos ante las sustancias tóxicas medioambientales. Ellos, al contrario de lo que nos ocurre a los adultos, no son conscientes de su peligro:
- Tóxicos en las manos y a la boca. Si se encuentra algo tirado en el suelo que llama su atención lo coge, lo manosea e incluso se lo lleva a la boca, donde además durante los primeros años de vida cuenta con muchas más terminaciones nerviosas que les proporciona información sobre la textura, temperatura, formas… y, por supuesto, sabor. Un niño no tiene experiencia y para adquirirla toca, chupa, e incluso a veces ingiere todo lo que cae en sus manos, ya sea la tierra del parque, sus juguetes, los de la escuela infantil… A esto hay que añadir otra circunstancia: mientras no saben caminar, en casa es frecuente que gateen o repten por el suelo, expuestos a potenciales contaminantes del suelo, el plomo de las pinturas… Por ejemplo, para una dosis oral de plomo, un niño que gatea absorbe el 50%, mientras que un adulto absorbe del 5 al 15%.
- Bebés, "a la altura" de la contaminación. Una vez que empiezan a caminar, por su estatura, están más cerca del pavimento y respiran compuestos orgánicos volátiles más densos y pesados que los adultos. Ir en la silla de paseo no les libra de la contaminación que se encuentra a ras de suelo: la mayoría están a la altura de los tubos de escape de los automóviles.
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Más tiempo de exposición a los tóxicos. Los niños tienen muchos años de expectativa de vida, lo que se traduce en más tiempo de exposición a contaminantes medioambientales, que aunque sean en baja dosis, pueden afectar a su desarrollo óptimo a medio y largo plazo.
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Y sin capacidad de decisión. Los niños no puede decidir si quieren vivir en un determinado lugar o o no, ni intervienen en decisiones que afectan sobre su futuro, como el cambio climático, la sostenibilidad de una industria o la contaminación de una zona.
Cómo afectan los tóxicos medioambientales a cada niño
- La llamada susceptibilidad biológica del niño también influye en cómo los tóxicos medioambientales pueden afectar al desarrollo óptimo del niño. Esta susceptibilidad viene determinada por los genes. Es decir, hay niños que por la carga genética heredada de sus padres metabolizan mejor o peor esos tóxicos.
- La madurez y tamaño del recién nacido influye. Un bebé que ha nacido prematuro y/o con bajo peso al nacer tiene más posibilidades de que los tóxicos medioambientales le afecten.
- La leche materna es el mejor alimento para el bebé. La madre trasmite anticuerpos y sustancias que van a favorecer que el bebé pueda enfrentarse a contaminantes medio ambientales.
- La atención de los padres puede ayudar al desarrollo del pequeño. Crear un entorno emocional estimulante contribuye a su óptimo desarrollo.
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